Notas sobre la especificidad pictórica de Darwin Estacio Martínez

Mis cuadros son imágenes. La descripción valedera de una imagen no se puede hacer sin orientar el pensamiento hacia su libertad.

René Magritte

Darwin Estacio Martínez es un pintor por excelencia, un conocedor culto de la historia del arte que sólo puede desarrollar su concepción pictórica, sus reflexiones constitutivas en el contexto de la historia del arte. Se inscribe en la tradición pictórica que algunos ya han declarado obsoleta, pero va desarrollando un estilo de pintura cuyo objetivo no es completamente pictórico. Sus preocupaciones finales no se limitan a consideraciones visuales o a la naturaleza de la percepción visual. Es ante todo un narrador (toda obra es ficción y su autor también), crea relatos estructurados visualmente, una serie de narraciones (es un agudo observador social) que reflejan cierto impacto del mundo e intentan restituirlo a lo visible por las huellas de la mano (parafraseando a Merleau-Ponty).

Como lo dijo Jean-Luc Godard, el cuadro está en el tiempo, y sabemos hasta qué punto Godard acercó y fusionó el cine y la pintura. Darwin pretende hacer lo mismo, pero al revés. Su pintura, intemporalidad de lo real, está cercana a una pantalla de cine por cuanto recibe haces luminosos que refleja, los carga de colores y de imágenes para mostrar lo invisible. Darwin es un pintor de la superficie, una superficie llana y lisa, su pincel no atraviesa la piel de sus personajes, la roza, se limita a sus apariencias, sus gestos y “poses”.

Darwin nos confronta a un espacio puramente psicológico donde el inconsciente reina y crea en el espectador una serena dubitación. El sistema de Darwin es un sistema de conocimiento poético que nos proporciona un estado de conciencia de las sensaciones, como lo quería Matisse, el cual evidencia simultáneamente dos construcciones antagónicas o complementarias, o por lo menos vinculadas entre sí, y logra su propósito llamándonos la atención sobre el viejo enigma del significante y del significado.

Sus cuadros ponen de realce la pura belleza física, una belleza que posee una función estructural específica: crear una “apariencia” de belleza que ofrece una tentación más que una fascinación, y existe no para ser admirada, sino para descollar. La perfección absoluta de las superficies de las telas de Darwin, su claridad seductora, sus colores monocromáticos voluptuosos y sin embargo desprovistos de expresión y de emotividad aparentes (transparencia lisa que es el estrangulamiento de la elocuencia, diría Bataille), sirven para disipar las angustias contenidas en sus profundidades. El deseo de pintar se manifiesta en Darwin como una fuerza de presentación antes que una estrategia de representación.

La influencia de Magritte en la obra de Darwin estriba en la intensidad y el impacto de las imágenes que nos hacen alcanzar una potencia expresiva. En su pintura, el rostro humano está ausente, desprovisto de identidad verdadera, en realidad no se trata del Hombre en esta obra, se trata de la mutilación y de la violencia sufridas en el orden de lo imaginario. Paradójicamente, sus personajes, sus figuras parecen a la vez extraños y conocidos, son intemporales y contemporáneos, están como fuera del mundo, fuera del tiempo, sin cronología, pertenecen al espacio del arte.

El poder poético, la sensualidad figurativa, objetiva, el carácter insólito, enigmático, meditativo, melancólico de la pintura de Darwin animan un proceso de interiorización complejo, a la vez emocional y reflexivo, en el cual los niveles de significación metafóricos son evocados a través del cuadro concreto, la realidad pictórica singular. Lo insólito sugestivo, enigmático, se transforma en arquetípico, aparece un micro-universo coherente, poéticamente eficiente, misterioso, que alude a las constelaciones humanas fundamentales. Estas pinturas se instalan deliberadamente en una indeterminación, o mejor dicho en una forma de ambigüedad, lo que no se muestra resulta tan importante como lo que se ve, son los miradores quienes hacen los cuadros, ya se sabe.

Está muy claro que el estilo es una emanación del espíritu del pintor. Darwin insiste en la utilización de un estilo mental, lo que representa su pintura es su propio estilo de expresión y su significado radica en su perfecta autonomía cuyo peso específico y significado objetivo sólo pueden ser abordados por la propia obra, dado que lo que es expresado en un lenguaje no puede serlo en otro.

Darwin pinta signos de color puro que constituyen una materialización de la visión y de la memoria, una epifanía estética velada donde lo figural es la aparición fugitiva e inestable de una permanencia inmemorial.

François Vallée Rennes, mayo de 2017